La Basílica de Santa Justina (“Basilica di Santa Giustina”), que en la Edad Media albergó una de las comunidades religiosas más importantes e influyentes de Padua, tiene un origen muy anterior a la llegada de los monjes: la primera basílica fue erigida en el siglo VI en la antigua zona del cementerio del Prato della Valle, donde en el año 304 d. C. fue sepultada la joven mártir Justina, víctima de las persecuciones contra los cristianos instigadas por Maximiano.
La llegada de los benedictinos a Padua se remonta al siglo X. Tras su asentamiento, salen lentamente a la luz los cuerpos de santos escondidos durante las invasiones bárbaras, entre ellos el de santa Justina y el de san Lucas Evangelista, autor del tercer evangelio y cronista de los Hechos de los Apóstoles: sus reliquias fueron trasladadas de Tebas (Grecia) a Constantinopla y posteriormente de Constantinopla a Padua.
La basílica actual se remonta al siglo XVI y tiene una longitud de 122 metros, con tres naves en cruz latina. En el ábside se encuentran las extraordinarias tallas de madera del coro del siglo XV y el retablo del 1575 de Paolo Veronese (El Veronés), que representa el “Martirio de Santa Justina”.
El transepto aloja a la izquierda el sepulcro de san Lucas Evangelista, y a la derecha el de san Matías, apóstol; desde ahí parte el sugerente corredor de los mártires que llega hasta la capilla de cruz griega de finales del siglo VI erigida sobre la tumba de san Prosdócimo, primer obispo de Padua.
El monasterio fue suprimido por Napoleón en 1810 y se convirtió en cuartel militar hasta 1919, cuando los benedictinos regresaron a Santa Justina.
Únicamente con un guía oficial puede visitarse la capilla de san Lucas, del siglo XIV, donde está sepultada la primera mujer licenciada del mundo (1678), Elena Lucrezia Cornaro Piscopia, el antiguo coro del siglo XV y la antesacristía.
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